domingo, 9 de agosto de 2009

La ciudad de los sueños perdidos



Durante varios meses he estado desaparecido del mapa por motivos laborales y personales. Ahora se dan las circunstancias para que vuelva a escribir semanalmente en la prensa, y también para que retome esta bitácora a la que tanto cariño tuve en un tiempo. Lento y laborioso es el trabajo de hacerse con un grupo de habituales, rápido y sencillo perderlos por dejadez. Nada prometo y a nada me comprometo, y por tanto nada pido. Tan sólo decir que me alegrará mucho saber de los viejos amigos y conocer a otros nuevos si se animan a entrar.

Saludos, y ahí va la columna de esta semana:



Hay personas que habiéndolo tenido todo para triunfar, acaban fracasando tras haber dilapidado sus dones. Todos conocemos gente así, famosos, millonarios, vecinos o familiares que dejan un poso de tristeza en las buenas personas, y un regusto de triunfo en las malas. Fácilmente sentenciamos que nosotros lo habríamos hecho mejor si hubiéramos tenido las mismas cartas, pero ni las cosas son tan sencillas, ni las cartas son siempre las que parecen ser. De manera similar, existen países que siendo privilegiados en clima, recursos y personas, languidecen en la inoperancia, cuando no se dedican directamente a desangrarse, solos o con ayuda del vecino. No obstante, en estos casos es más sencillo indagar las causas. Y luego está el misterio de las ciudades bendecidas por los dioses, pero arruinadas por motivos que rozan lo paranormal, desbordan la lógica y desafían a los filósofos; ciudades que no están en el tercer mundo, pero funcionan peor que muchas de las de allí; situadas en regímenes democráticos, pero en las que se practican modos dignos de allende el Telón de acero; con acceso a la cultura y la educación, pero en las que parece vivir gente dormida que se conforma con su rancho diario; ciudades, en fin, como la mía, como la nuestra…como Jerez.



Podría asegurarse que si en Jerez se hubiera materializado la décima parte de los proyectos e inversiones prometidos a lo largo de los últimos veinte años, tendríamos, además de pleno empleo, la ciudad más motorizada del mundo, la de más arte, la más deportiva, la más industrializada, la más verde, la más limpia, la mejor comunicada y la de clase política más distinguida. Obviamente, no la tenemos. ¿Por qué? Por una letal combinación de incultura, falta de empuje ciudadano y carencia de honestidad política. Remitiéndome hasta donde me alcanza la memoria, nuestra ciudad padeció largamente un azote bíblico en la persona de quien fue su alcalde y figura más representativa durante décadas. Lo que pudo comenzar con buenas ideas y mejores intenciones fue resbalando, lubricado con la baba de cientos de lameculos, hacia la divinización del amo y, consecuentemente, su infalibilidad, su gracia infinita y su poder absoluto. Desde lejos lo veían como una anécdota simpática, desde cerca se dejaban hipnotizar por su personalidad desbordante en lugar de castigar su peligroso absolutismo, y desde dentro de su partido sólo cabía rendirle vasallaje o ser expulsado, pues en el principio el partido era él, luego también, y al final, lo mismo.



Para cuando la gente se hartó, la metástasis ya lo había invadido todo: la propia ciudad y el sistema impuesto por el mini dios ya eran una “santísima dualidad” virtualmente inseparable. La agonía fue larga, muchos cayeron por el camino, pero al final, Él se fue. Y como en todos los imperios que caen, había restos jugosos y eran muchos los que luchaban por ellos, y fue ella…Ella, quien salió victoriosa. Y supo que había llegado a un sitio en el que podía mentir sin miedo porque no habría consecuencias, en el que podía estar por encima de la ley mientras pisoteaba al ciudadano con la ley; un lugar con miles de siervos prestos a obedecer por la promesa de un plato de garbanzos… Pero Ella no era Él. Se creó enemigos a mayor velocidad, tanto fuera como dentro, y aunque creía ser la reina del papel cuché, no disimulaba ni mentía tan convincentemente como su antecesor. Tenía a su favor un aparato potentísimo (mezcla del heredado y del que trajo consigo), un pueblo que tragaba con casi todo, y una oposición inoperante hasta la indecencia. En contra una sola cosa: la realidad. Prometía parques, y se obtenían eriales; anunciaba los empleos de 3.000 en 3.000, mientras los nuevos parados del año doblaban esa cifra; garantizaba la implantación de montones de empresas imposibles, y la mayoría se perdía por un camino que nunca se llegaba a iniciar; alardeaba de buscar el consenso, aunque lo suyo era el ordeno y mando; todo igual que antes, pero con modelitos del Vogue y la mitad de los compañeros poniendo zancadillas.



Hasta aquí el pasado y el presente. Mas puede que un día este pueblo decida que no le gusta que sus dirigentes se rían de él; que no está dispuesto a aceptar que su clase política se obsequie a sí misma con champán en el ático, mientras vierte sus orines sobre la chusma que mora en el subterráneo, en la cueva. Puede que un día los jerezanos decidan que no son monos, que no son chusma, que no son ciegos, ni sordos, ni mudos. Y que comprendan que aunque esta ciudad esté hundida en la miseria, otro Jerez es posible.






La Voz, Jerez, 9 de agosto de 2009


3 comentarios:

keyser dijo...

Bienvenido. Me alegra mucho que estés de vuelta.

keyser dijo...

Por cierto, la columna muy buena, digna del mejor Nadie.

Nadie dijo...

Gracias, chicos, es una alegría teneros por aquí.
A ver si hay suerte y esta nueva etapa funciona.
Un abrazo.
Nadie