Si hay algo, además del sufrimiento y el dolor, que causa mella en el espíritu humano y le resulta insoportable, es el dilema moral. Por ello se comprende que las personas tratemos de evitarlo, como si fuese un conocido que nos cae mal y no queremos tener que saludar (miramos hacia otro lado, nos hacemos los longuis, cruzamos de acera…). Nos encanta ir de solidarios/concienciados/buenagente por la vida, pero la mayoría no somos más que auténticos y perfectos egoístas. Eso es lo que hay, y además, por imperativo biológico, es lo que tiene que haber; lo demás son milongas. Así, advirtiendo de antemano que lo que viene es una simplificación exagerada y quizá manipuladora, vamos a plantear un dilema moral.
Desde hace unos meses, el precio del arroz está subiendo a lo bestia, y lo que para nosotros supondrá acortar las vacaciones, olvidarnos de los restaurantes o comer menos paella, para otros significará la muerte por hambre. Uno de los factores clave de esta subida es que en muchos lugares se está dejando de cultivar arroz porque es más rentable plantar otra cosa, por ejemplo maíz, para producir biocombustibles. ¿Por qué?, porque es lo que queremos usar en el primer mundo para detener el cambio climático, y así salvar la pareja mundos que se conoce: el primero y el tercero, pues del segundo no tenemos noticias. Dos detalles interesantes sobre la trascendencia de esta cuestión son la cierta psicosis desatada en los Estados Unidos por un hipotético desabastecimiento de arroz, y que en algunas zonas de Afganistán se está dejando de cultivar droga para pasarse al carburante verde. Mientras los pobres “rurales” del mundo seguirán viviendo y muriendo más o menos igual de miserablemente, los pobres “urbanos” padecerán más hambre aún, para luego dejar de padecerla por completo. Y ello será en parte debido a nuestro deseo de salvar al planeta y a la humanidad del holocausto climático. Si somos ecológicos nos sentiremos bien, pero mataremos gente; si no lo somos mataremos al planeta en un hipotético futuro, pero dejaremos de matar a personas nada hipotéticas que existen en el presente; y si decidimos ser consecuentes y comprometidos por completo, renunciando al consumo, a los transportes y al combustible, destruiremos la economía mundial y provocaremos una crisis total que acabará sumiéndonos a todos en una pobreza absoluta que causará aún más muerte y dolor. ¿Qué hacer, pues, cuando nada de lo que hagamos será inocente?
No es de extrañar que, cuando resulta imposible cambiar de acera ante el dilema, sean tantos los que deciden que lo mejor es tener la moral bien guardada en el fondo del armario para así seguir durmiendo tan ricamente por las noches. Mientras sea posible.
Desde hace unos meses, el precio del arroz está subiendo a lo bestia, y lo que para nosotros supondrá acortar las vacaciones, olvidarnos de los restaurantes o comer menos paella, para otros significará la muerte por hambre. Uno de los factores clave de esta subida es que en muchos lugares se está dejando de cultivar arroz porque es más rentable plantar otra cosa, por ejemplo maíz, para producir biocombustibles. ¿Por qué?, porque es lo que queremos usar en el primer mundo para detener el cambio climático, y así salvar la pareja mundos que se conoce: el primero y el tercero, pues del segundo no tenemos noticias. Dos detalles interesantes sobre la trascendencia de esta cuestión son la cierta psicosis desatada en los Estados Unidos por un hipotético desabastecimiento de arroz, y que en algunas zonas de Afganistán se está dejando de cultivar droga para pasarse al carburante verde. Mientras los pobres “rurales” del mundo seguirán viviendo y muriendo más o menos igual de miserablemente, los pobres “urbanos” padecerán más hambre aún, para luego dejar de padecerla por completo. Y ello será en parte debido a nuestro deseo de salvar al planeta y a la humanidad del holocausto climático. Si somos ecológicos nos sentiremos bien, pero mataremos gente; si no lo somos mataremos al planeta en un hipotético futuro, pero dejaremos de matar a personas nada hipotéticas que existen en el presente; y si decidimos ser consecuentes y comprometidos por completo, renunciando al consumo, a los transportes y al combustible, destruiremos la economía mundial y provocaremos una crisis total que acabará sumiéndonos a todos en una pobreza absoluta que causará aún más muerte y dolor. ¿Qué hacer, pues, cuando nada de lo que hagamos será inocente?
No es de extrañar que, cuando resulta imposible cambiar de acera ante el dilema, sean tantos los que deciden que lo mejor es tener la moral bien guardada en el fondo del armario para así seguir durmiendo tan ricamente por las noches. Mientras sea posible.
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La Voz, Jerez, 27 de abril de 2008.
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