domingo, 7 de septiembre de 2008

Año ocho

El jueves empezará el octavo año de una nueva era que, con tanto dolor real como falsas lágrimas y con tanto ulular como satisfacción mal disimulada, comenzó el 11 de septiembre de 2001: el día que el mundo perdió, otra vez, la inocencia. Siete años han pasado, tan sólo, pero aquello ya forma parte de un recuerdo lejano más que de un recordatorio presente. Los telediarios le dedicarán un minuto, o medio, junto a cualquier noticia del corazón, y con suerte emitirán algún especial en la madrugada. Como en esas bandas de rock que llevan tocando décadas y en las que ya no queda ninguno de los componentes originales, se van retirando los actores principales de la obra de teatro “11-S”; los extras, sin embargo, seguiremos participando en ella hasta el fin de nuestros días. Bin Laden ya no importa a nadie; Blair, Chirac, Aznar y Schröder viven el plácido retiro de los ex presidentes, o se están haciendo de oro en el para ellos complaciente sector privado; y Bush se largará en un par de meses, alegrando a la bobería internacional que cree que todo será mejor a partir de entonces… ¡ilusos!

Ya no hay psicosis ni pena, ya no hay terror (como tampoco lo hay por el 11-M), tan sólo queda lo que más nos afecta, aunque sea en lo que menos reparamos: las consecuencias. Aquél día era fácil imaginar que el mundo iba a cambiar, pero muchos lo dudan hoy, tan sólo porque el planeta sigue dando vueltas. El principio de una era no es el día en el que cambia todo, sino aquél a partir del cual todo comienza a cambiar, y adónde nos conducen los cambios no lo podemos saber, porque quizá no hayan hecho más que empezar. Que nos puedan quitar los zapatos antes de montar en avión es una anécdota si se compara con la crisis de confianza y de valores de Occidente, con el inconmensurable abismo de odio entre el Islam y lo demás, con el miedo creciente al “otro”, con los frentes físicos de las guerras todavía por ganar (Afganistán, Irak), y los frentes psíquicos de las guerras internas que las quintas columnas están ganando en países como el nuestro.
Cuando llegue el próximo gran atentado, la semana que viene o el año que viene, revivirán los sentimientos, el teatro empezará de nuevo y todos volverán a estar unidos durante cinco minutos. Mientras tanto, la Torre de la Libertad va tomando forma en el hueco físico y espiritual que dejaron las Torres Gemelas y los que con ellas cayeron. Iguales son aquellos muertos que los de cualquier otra tragedia causada por la maldad del hombre, pero no son iguales los por qué de las muertes, ni las marcas que dejan en los vivos. Por eso, Nueva York es, tiene que ser, y seguirá siendo un faro en la tiniebla de esta lucha; por eso el jueves cantaremos con Frank Sinatra y recordaremos el skyline de ensueño que ya nunca volverá.

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La Voz, Jerez, 7 de septiembre de 2008. Últimos días del séptimo año.

8 comentarios:

Nadie dijo...

La torre proyectada es muy bella, monolítica, impresionante; pero nada, absolutamente nada hubiera superado en fuerza, desafío y homenaje a la reconstrucción de las Torres Gemelas tal y como eran (por supuesto que tan sólo en su aspecto exterior, no en su resistencia ni en ninguna otra cosa mejorable tres décadas después). Eso sí que hubiera sido algo memorable.

Anónimo dijo...

Vuelvo a estar contigo una vez más, y no te acostumbres.

Nadie dijo...

Es imposible acostumbrarse: por cada vez que estamos de acuerdo, diez veces nos lanzamos los trastos a la cabeza...pero igual ese es el secreto de nuestra amistad, ¿no? El exceso de sinceridad no funciona la mayoría de las veces, pero parece ser que entre nosotros sí lo hace.

Anónimo dijo...

¡¡Qué bonito!! ¡¡me vais a hacer llorar!! (snif, snif)

Nadie dijo...

Snif, snif...¿huele a envidia por aquí, o es mi maltrecho olfato?

Anónimo dijo...

¡¡Qué va a oler a envidia!!, ¡huele a bizcocho con caramelo y a luna de miel en las Seychelles!

ja, ja, ja...

Anónimo dijo...

La verdad, es que sigo sin saber cómo es que lo nuestro funciona...

Nadie dijo...

Sí, llevas unos veinte años preguntándotelo cada día, ¡igual que yo!