Ningún accidente de un medio de transporte nos afecta tanto como el de un avión. ¿Por qué? Quizá sea, como los propios accidentes aéreos, por una concatenación de factores, pues para que se produzca la caída de un pájaro metálico hacen falta, casi siempre, muchos fallos a la vez (por eso, precisamente, se trata del medio más seguro, porque todos los sistemas importantes son redundantes). Así, el corazón se nos encoge al ver caer un avión porque normalmente no mueren pocas personas, sino muchas decenas o cientos de una vez; porque nos imaginamos el horror de sus muertes; porque nos lo cuentan, nos lo refriegan, cientos de veces a todas horas en todas las televisiones, radios y periódicos; porque demasiada gente habla de lo que no tiene ni remota idea (sinceramente, ver las tertulias del tomate haciendo especiales sobre el accidente es algo que me produjo ganas de vomitar, ganas de entrar en el plató metralleta en mano. ¡Sinvergüenzas!, igual hablan de la Pantoja que de 150 achicharrados, ¡malditos sean!). Pero, sobre todo, los accidentes aéreos nos fascinan porque la mayoría seguimos sintiendo en el fondo que volar es algo antinatural y milagroso, como si cada vez que se produce un despegue exitoso estuviéramos desafiando a los dioses. Como si de vez en cuando ellos castigaran nuestra osadía, pues si hubieran querido que volásemos nos habrían dado alas.
No nos dieron alas, no, pero nos dieron inteligencia para comprender las leyes de la física y aprovecharlas en nuestro beneficio. Físicamente, el vuelo de un avión no es más misterioso que la navegación de un barco o el rodaje de un coche. Sin embargo, ahí sigue y seguirá, cada vez que vemos un avión iniciar su vuelo, la magia en nuestro corazón. Y algunas veces, el horror.
Antes o después se sabrá qué fallos humanos y/o mecánicos condujeron al desastre. Y ese conocimiento servirá, probablemente, para evitar que suceda lo mismo en el futuro. Mientras tanto, descansen en paz los muertos, y que el sufrimiento de los heridos, de los familiares y de los amigos sea lo más leve posible. Porque el sufrimiento de los demás terminará tan rápidamente como empezó: otros accidentes, otras guerras, otras medallas olímpicas, otros partidos de fútbol reemplazarán el lugar de los muertos del JK 5022 en nuestro corazón.
No nos dieron alas, no, pero nos dieron inteligencia para comprender las leyes de la física y aprovecharlas en nuestro beneficio. Físicamente, el vuelo de un avión no es más misterioso que la navegación de un barco o el rodaje de un coche. Sin embargo, ahí sigue y seguirá, cada vez que vemos un avión iniciar su vuelo, la magia en nuestro corazón. Y algunas veces, el horror.
Antes o después se sabrá qué fallos humanos y/o mecánicos condujeron al desastre. Y ese conocimiento servirá, probablemente, para evitar que suceda lo mismo en el futuro. Mientras tanto, descansen en paz los muertos, y que el sufrimiento de los heridos, de los familiares y de los amigos sea lo más leve posible. Porque el sufrimiento de los demás terminará tan rápidamente como empezó: otros accidentes, otras guerras, otras medallas olímpicas, otros partidos de fútbol reemplazarán el lugar de los muertos del JK 5022 en nuestro corazón.
2 comentarios:
Me ha encantado...
Gracias, in_l
Publicar un comentario