Mañana, 11 de septiembre de 2006, será un día como otro cualquiera para bastantes personas. Otras muchas, en cambio, celebrarán el quinto aniversario del glorioso día en el que los americanos recibieron un poquito de su merecido. Pero habrá también algunos, los que conforman la auténtica Resistencia, que conmemorarán el Día de la Infamia, aquello que quedó grabado a fuego en la retina del alma por siempre jamás. Mañana será el primer día del sexto año de una guerra diferente a todas las anteriores; una pelea extraña, con nuevas reglas (un bando ha de cumplirlas todas y el otro ninguna), en la que unos no pueden matar a otros, pero los otros pueden sacrificar hasta a sus hijos si con ello hacen buena propaganda; una lucha de la que es muy poco probable que los que hoy estamos vivos lleguemos a ver el final, y en la que hay más frentes, más peligros, y más enemigos internos que en ninguna otra; un conflicto global en el que nuestros medios de comunicación trabajan gustosamente para el enemigo; una confrontación cuyas líneas de combate están en nuestros aeropuertos y ciudades tanto como en las fronteras israelíes o en Bagdad, porque el frente está en todas partes y en todas las mentes; un combate psicológico en el que miles de valientes fanáticos se enfrentan a millones de conejillos temblorosos, tan gordos y estúpidos que no están dispuestos a moverse pare defender su derecho a vestir como quieran, leer lo que les plazca (los que leen) o, simplemente, pensar (los que piensan); una guerra en la que, por primera vez en la historia, la traición ya no se esconde, sino que se exhibe, y hasta los ex presidentes se alían con el enemigo y le dan sus bendiciones nucleares.
Ante tantos signos de derrota, ¿qué podemos hacer?, ¿qué debemos hacer? Lo que han hecho siempre los hombres: luchar cada uno en su trinchera, resistir como sea, y defender nuestra fe (en Dios, en la Civilización o en ambos). Caiga quien caiga, digan lo que digan y hagan lo que hagan. Porque sabemos que es mejor permitir la minifalda que lapidar a las adúlteras; aceptar a los homosexuales que ahorcarlos; encarcelar a los ladrones que cortarles las manos; respetar a los judíos que atomizarlos… porque es mejor, en definitiva, ser imperfectamente libres que perfectamente esclavos.
Mañana, primer día del sexto año, será la ocasión ideal para celebrar la vida y la libertad que aún poseemos, y para establecer con nosotros mismos y nuestros seres queridos el compromiso de defenderlas a capa y espada; un buen momento, en fin, para reafirmar que no preferimos morir a matar. También tendremos la oportunidad de ver una película excepcional que nos permitirá revivir, exactamente cinco años después, el que pudo haber sido el destino de cualquiera de nosotros, el de los primeros que murieron en esta guerra sabiendo por qué lo hacían. Y finalmente, por la noche, será la hora de escuchar New York, New York una y otra vez hasta quedarnos dormidos soñando con las Torres Gemelas y con el fracaso de los enemigos que las atacaron: lograron hacer caer los edificios, pero jamás podrán derribar el espíritu que los levantó.
La Voz, Jerez, 10 de septiembre de 2006
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