sábado, 1 de septiembre de 2007

El abuelo pillín

EL ABUELO PILLÍN
.

Aquél día, mientras paseaba, vi a lo lejos a un abuelo que hurgaba con su nieto entre las ramas de un árbol. Al acercarme, imaginé que el entrañable anciano estaría explicándole al chiquillo lo importantes que son las plantas, por qué sube la savia, o en qué consiste la fotosíntesis. Sin embargo, algo no encajaba en la escena, pues el chico prestaba demasiada atención a lo que su pariente le explicaba, como si de verdad le interesase aprender que “clorofila” es algo más que un sabor de chicle. El enigma se resolvió cuando estuve tan cerca como para ver que del árbol colgaba un pequeño objeto a modo de diana: el abuelo estaba enseñando a su nieto a utilizar un tirachinas. En un primer momento, pensé con enfado que estaba asistiendo a los precoces entrenamientos de un futuro gamberro pero, tras reflexionar unos segundos, me emocioné sinceramente porque entendí que el significado de lo que veía era que no todo el caudal de sabiduría de nuestros mayores se perderá en la nada de la muerte, que habrá chavales, al menos uno, que sabrán hacer algo más que jugar a la “play”.

Supongo que ser abuelo es una experiencia muy gratificante, algo así como volver a disfrutar de las ventajas de ser padre, pero prescindiendo de la mayoría de los inconvenientes; una especie de partido amistoso en el que no tienes que correr tanto como en uno de competición, ni arriesgarte a que te lesionen, ni sufrir la presión del resultado… pero lo pasas de muerte correteando por el campo. Si bien es cierto que la mayoría de las personas no comprende lo que significa ser padre hasta que lo es (algunos ni así), parece bastante sencillo entender en qué consiste ser abuelo y cuáles son sus atribuciones que, básicamente, se limitan a disfrutar de los nietos y echar una mano a los padres. No hablo de los “abuelo-padres”, categoría de reciente creación compuesta por aquellos abuelos que han de ejercer de padres por inutilidad, comodidad o imposibilidad de los verdaderos progenitores. Pero no seríamos justos si sólo habláramos de padres dejados, pues igualmente se da el caso de los abuelos que pasan de sus nietos. Naturalmente están en su derecho de vivir el retiro como les parezca, y en su descargo diremos que a lo mejor lo hacen porque creen que los nietos ya no requerirán sus servicios ahora que el Gobierno se va a encargar de todo con su “lobotomización para la ciudadanía”. Porque, ¿qué necesidad habrá de abuelos, e incluso de padres, cuando por la mañana lleves a tu niño al colegio hecho un ignorante, y al recogerlo por la tarde ya sepa a quién debe amar, a quién debe odiar, qué aberraciones debe practicar, e incluso a quién debe votar?











La Voz, Jerez, 2 de septiembre de 2007, se acaba el verano y no saben cuánto me alegro (de eso, y de no ser abuelo)

3 comentarios:

Jesús Sanz Rioja dijo...

Yo aprendí a leer y escribir con mi abuelo, y del colegio recuerdo con simpatía aquello de "Eres parte de España" o "Vale quien sirve". No sé si merecerán la misma simpatía las identidades de género o las diversidades afectivosexuales. Soy escéptico.

Anónimo dijo...

Los abuelos son una especie de memoria histórica, muy distinta de la de Zapatero. Son una tradición de historia oral con la cual podemos aprender cómo vivían antes, y cómo han vivido la evolución de ls Historia, más allá de la Historia de los libros. Es en esta transmisión, y en su aceptación y variación libre, donde se encuentra verdaderamente la fuente de la tradición, de generar una forma de ser que no nos venga dada desde fuera. Además, si tuviéramos mayor conciencia histórica, esta transmisión podría ser mucho más fuerte. Hoy es muy normal vivir 80 ó 90 años. Suponiendo que toda la gente viviera 90 años, un señor nacido en 1900 puede contar en 1990 a su nieto (pongamos nacido en 1970, por ejemplo) sus recuerdos, y este a su vez las puede contar en 2060. ¡De modo que con sólo un intermediario se cubriría un ciclo de 160 años!

Nadie dijo...

Pues sí, ellos, los abuelos, son la verdadera memoria histórica.