lunes, 25 de junio de 2007

¿Es que no tenéis sangre en las venas?

Debido a que en este blog no aparece un índice con los últimos comentarios, hay veces que perdemos alguno interesante al realizarse en entradas algo antiguas. Por su interés cuelgo esta columna que nos ha proporcionado el zorro (¡ha vuelto!) como entrada principal.

¿Es que no tenéis sangre en las venas? (Reproche para católicos)
José Javier Esparza

Es por lo de la Educación para la Ciudadanía, claro. ¿Por qué iba a ser, si no? Es el mayor atentado que se ha tramado en decenios contra la autonomía moral de la gente. Es la mayor intromisión imaginable en la libertad de verdad, que es la libertad interior. Y sin embargo, aquí apenas se mueven cuatro gatos. La prensa disidente hace circular titulares de impacto: “Ya hay 3.500 objetores en el mes de junio”. Gran cosa, ¿eh? Tres mil quinientos en todo el país. En un vagón del Metro caben doscientas personas. Echad la cuenta. Es verdad que en las Termópilas bastaron trescientos. Pero esto es otra cosa. Esto es peor.

¿Dónde os habéis metido? ¿Debajo de las piedras? ¿Es que nadie os ha explicado lo que os estáis jugando? ¿O es que no lo queréis ver –para no fatigaros, tal vez, o para no meteros “en líos”?

A vuestros hijos van a enseñarles que nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color con que se mira –y que ese color, mayormente, tira a bermellón. Van a enseñarles que no existe una forma recta de ser y de estar, sino que todas valen lo mismo –es decir que lo malo es bueno, porque lo bueno no es tal. Van a enseñarles que ETA es un grupo vasco armado que fue torturado alevosamente por la democracia española. Van a enseñarles que la guerra civil no ha terminado y que la reconciliación fue un error, porque no hizo justicia. Van a enseñarles que papá y mamá son conceptos vacíos e intercambiables por otros. Van a enseñarles todo eso, no con materiales teóricos mínimamente contrastables, sino con una buena porción de bazofia que, por otro lado, jamás fue escrita para educar a nadie, sino, deliberadamente, para todo lo contrario. Y lo más importante: os están diciendo, no a vuestros hijos, sino a vosotros, que la formación moral de los críos ya no es cosa vuestra, sino que ahora el Estado se hace cargo. Y vosotros, a descansar. Mamá-Estado se ocupa. Qué bien.

Aquí hay dos cosas atroces. Una: que el Estado invada la competencia de la familia en el ámbito moral, extirpe la libertad de educar conforme a los propios principios e imponga a las personas una determinada concepción de las cosas. Esto es algo que sólo cabe en una democracia corrompida, cuando una clase política aupada al poder se atribuye una potestad que nadie le ha concedido. Es también curioso que el Estado venga a clavarnos esta zarpa justo cuando más debilitado está: el Estado ya apenas nos protege, ha dejado de dominar su propia moneda, ha subordinado la Defensa a grandes organizaciones internacionales, las empresas han de recurrir a guardias privados porque la policía no basta, los ciudadanos han de pagarse la sanidad por su cuenta si quieren ser bien atendidos, hemos de suscribir planes de pensiones con los bancos porque la jubilación no nos llegará… Y es este Estado, decrépito e impotente, el que se permite ahora secuestrar la soberanía moral de las personas singulares. Repito: no de la Iglesia, ni de la Conferencia Episcopal ni del PP, sino la soberanía moral de las personas singulares, de la gente de la calle, tu soberanía y la mía.

La segunda cosa atroz es esta otra: la invasión del espacio moral viene bajo las banderas de una visión absolutamente sectaria de las cosas, una visión que se ha construido en el último cuarto de siglo bajo los escombros de dogmas ideológicos derrumbados, una visión expresamente contraria a la cultura mayoritaria de la sociedad, a los fundamentos tradicionales de nuestra civilización, a los principios objetivos de lo que centenares de generaciones de europeos han considerado natural. No estamos ante un movimiento de “progreso”; estamos ante un movimiento de simple inversión. El propósito de los invasores no es otro que darle la vuelta a todo. ¿Y pueden hacerlo? Moralmente, no. Pero si nadie se opone, ¿por qué no? Y aquí es donde se echa de menos un poco más de nervio ciudadano.

Por ahí, en la plaza, uno oye de todo. Que si no llegará la sangre al río. Que si ya lo arreglarán las comunidades autónomas. Que si no será tan fiero el león como lo pintan. Que si, después de todo, sólo es una asignatura, que dejará tan poca huella en los alumnos como las demás (¿?). Que, al fin y al cabo, eso que se enseña en Educación para la Ciudadanía es lo que se ve en la calle, y que los niños tienen que ir haciéndose a esas cosas. Excusas de mal pagador. Sobre todo, excusas ciegas, expedientes para escurrir el bulto y no querer afrontar lo esencial, a saber: que no se trata de que se enseñe tal o cual cosa, sino de que pretenden robarnos una porción importantísima de libertad personal.

Es la libertad

Veréis: uno puede tolerar que el mundo sea una cueva de ladrones, que la televisión se haya convertido en territorio canalla, que los políticos abusen de las esperanzas de la gente (y los banqueros, de sus ilusiones), que los periódicos y la publicidad impongan una forma de ser y pensar decididamente absurda… Uno puede soportar todo eso porque, al fin y al cabo, ante la avalancha siempre es posible clavarse en la puerta de casa, coger el hacha y gritar “no pasarán”. Pero lo que uno no puede tolerar es que cojan a tus hijos y les laven el coco al progresista modo. Por ahí no se puede pasar. Porque se trata de vuestros hijos. Y sin embargo, hermanos, lo estáis tolerando. ¿Qué os pasa? ¿Es que no tenéis sangre en las venas?

A los medios de la derecha religiosa, que admiran el ejemplo norteamericano, les gusta entregarse a ensoñaciones de regeneración, incluso de cruzada. Sueño vano. ¿Sabéis por qué en las sociedades con mayoría católica es impensable, hoy por hoy, un proceso semejante al norteamericano? Porque en los Estados Unidos la mayoría religiosa avanza sobre la base de asociaciones civiles, grupos de ciudadanos, comunidades con una voluntad de presencia política y social; pero aquí, en la Europa cristiana, y más especialmente católica, sólo una minoría exigua de ciudadanos actúa en la sociedad como creyente, el tejido asociativo civil es mínimo o inexistente, su capacidad de presencia social y política es reducidísima, muchos creyentes tienen alergia a la política o carecen de formación, la inmensa mayoría de los ciudadanos opta por la pasividad pública y prefiere delegarlo todo –en parte por tradición, en parte por pereza- en las espaldas de la jerarquía. “Los obispos sabrán qué hay que hacer” es una frase extraordinariamente socorrida. Y los obispos lo saben, claro que sí, pero el problema es que no son ellos quienes pueden hacer, sino los ciudadanos, las personas, y para eso hace falta un grado de compromiso que se diría completamente inalcanzable.

Por supuesto: este reproche va dirigido a unos católicos que parecen haber perdido por completo el sentido de la libertad personal, pero al menos aquí, entre la grey de los fieles, ha habido voces dispuestas a jugarse el pecho. Mucho peor es la situación ahí fuera, en la llamada “sociedad”, donde una muchedumbre infinita de almas grises se muestra dispuesta a tragarlo todo con tal de no someter a agitación su adiposa conciencia. La reacción de los católicos ante la asignatura de Educación para la Ciudadanía es tibia hasta la depresión, pero la actitud general de la sociedad es indiferente hasta la náusea. Hemos llegado a un punto tal de sumisión –al sistema, al dinero, a la comodidad burguesa, a lo “políticamente correcto”- que cuesta un mundo hacer ver a la gente que lo que está en juego es su libertad. Esa es la imagen del tirano de nuestro tiempo: ya no un déspota que te roba la cartera mientras te amenaza con la porra, sino un simpático cacicón que, mientras te rasca la barriga, te roba el alma. Y tú aún vas y te ríes.

Hay que presentar la objeción de conciencia contra esta asignatura. Es vital. Habría que hacerlo incluso si uno estuviera de acuerdo con los planteamientos doctrinales del Gobierno, porque ni siquiera en ese caso estaría justificado que el Estado se arrogue el derecho a imponerlos por ley. Jünger decía en alguna parte que la verdadera libertad es la que reside en el propio pecho. Esta gente nos quiere abrir el pecho y sacarnos la libertad como se sacaba el corazón en los viejos sacrificios humanos. No. No pasarán. Objeta. Mañana. Ya.

4 comentarios:

Díaz de Vivar dijo...

Oye, que aquí un servidor, que no tiene hijos (no estoy casado ni tengo novia), acompañó el pasado Viernes al Foro Español de la Familia salmantino a entregar las primeras objeciones (30) a la EpC en la Delegación Provincial de Educación de la Junta de Castilla y León.

La EpC me parece un adoctrinamiento totalitario y burdo con un clarísimo objetivo por parte de este (des)Gobierno. Y no sólo como católico, sino como persona normal y decente.

7.000 objeciones tiene contrastadas el Foro Español de la Familia a nivel nacional. Me parecen poquísimas para algo tan grave.

Pero estamos en lo de siempre, la gente pasa: lo que llamo la teoría de las cañitas y las patatitas. Pero por mí, que no falte. En este y en otros temas. Yo ni soy un borrego ni me dejo pastorear. Al que le guste la sociedad orwelliana, alla él; yo, me rebelo.

A este respecto, tenéis un interesante programa en Libertad Digial TV con el tema de la EpC: "Debates en Libertad"

Anónimo dijo...

El pasado 3 de julio, desde la Tribuna del Congreso, el presidente enarboló un ejemplar del libro de texto de Educación para la Ciudadanía (EpC) de SM, escrito por José Antonio Marina. La asignatura empezará a impartirse en septiembre en segundo o tercero de la ESO –según comunidades autónomas–, y desde ahí, se extenderá a Primaria y a Bachillerato, impregnando ocho años de la formación de niños y adolescentes, entre los 10 y los 18. José Luis Rodríguez Zapatero prometió entregar su exclusivo ejemplar del libro de Marina –aún no está a la venta, según ha podido comprobar LIBERTAD DIGITAL, consultando en tres establecimientos especializados de Madrid– al final del Debate sobre el estado de la Nación a Mariano Rajoy, al que retó a leerlo e indicar en qué adoctrina o recorta la libertad de las familias.

"Es inaceptable, una mentira intolerable", espetó exactamente Zapatero. "Y si Usted no sube aquí, se habrá demostrado claramente que todos son infundios, insidias y visiones apocalípticas", desafió a su oponente.

LD recoge el guante lanzado por el presidente –casi una semana después, el PP no lo ha hecho aún– e identifica diez ideas del libro de José Antonio Marina, moldeadas por el decreto de contenidos y objetivos de la asignatura aprobado en diciembre de 2006 por el Gobierno, que chocan frontalmente con la libertad educativa y de conciencia consagradas por la Constitución Española.

Los excesos de la obra de Marina pueden servir de referencia a las familias del contenido y el enfoque ideológico concreto de la nueva materia, ya que se trata –según la promoción que del libro hacen SM, su autor y hasta el Ministerio de Educación–, de la versión más moderada de los manuales que se aplicarán en las aulas, frente a las aproximaciones más doctrinarias de editores como Octaedro, Akal, Laberinto o Santillana.


1) Programando el "Gran Proyecto Ético"

José Antonio Marina no oculta lo ambicioso de su experimento con las mentes de los escolares. Su libro pretende inculcarles el "Gran Proyecto Ético", basado en "las características y necesidades de los seres humanos".

"La idea matriz" del manual es que "estamos intentando realizar el Gran Proyecto Humano –que permita a todos los seres humanos alcanzar cinco bienes: los bienes materiales imprescindibles, la libertad, la igualdad, la seguridad y la paz–", apunta el autor de EpC para SM.

Marina da por hecho que es posible determinar las "características y necesidades" o "los bienes materiales imprescindibles" de una persona y construir, a partir de estas necesidades previamente determinadas por el pedagogo –por delegación del Estado–, un sistema universal de valores que siempre tendrá la última palabra en los "conflictos" entre valores subalternos, como los transmitidos por la familia.

Una de las "necesidades" de los niños –aunque ellos no lo sepan, ni sus padres– es "determinar su personalidad", avisa Marina a las familias que recibirán el nuevo programa de formación en valores desde el próximo curso.

Marina anuncia que su libro de texto forjará un nuevo molde de "identidades múltiples" o "concéntricas", en el que se enseñará al niño que "tiene que elaborar varias identidades: la identidad de género, la identidad religiosa o ideológica, la identidad nacional, la identidad humana, es decir, el sentimiento de pertenencia a la humanidad".

No hay nada nuevo en esta visión, que ya fue formulada por Marx en el núcleo de su programa político colectivista: "A cada uno según su necesidad, de cada uno según su capacidad".

En otro momento de la exposición de intenciones de su manual, Marina admite que "me dan de vez en cuando ataques de megalomanía educativa que debo controlar", aunque no cree "exagerar" cuando atribuye a la nueva asignatura –en línea con lo manifestado este domingo por la ministra de Educación– el poder de mejorar "no sólo nuestra convivencia, sino el sistema educativo entero".

2) Un individuo al servicio del "Gran Proyecto Humano"

Que EpC es un experimento pedagógico que sobrepasa la simple instrucción en preceptos constitucionales lo demuestra la declaración de Marina sobre el impacto que se persigue en la mente de los niños:

"Del individuo al Gran Proyecto Humano" y "Del Gran Proyecto Humano al individuo" resumen los dos recorridos del programa doctrinario, según los define el propio autor del manual de SM.

"Se estudia cómo ese Gran Proyecto abre el campo de juego de las expectativas privadas de felicidad. Indica los modos de identidad nacional, religiosa, o de género que son compatibles con el Gran Proyecto Ético. En ese sentido no puede negar ninguna de ellas –ni religión, ni patriotismos, ni modelos de género–, sino solamente indicar los que resultan imposibles o difíciles de compaginar con el mundo de la dignidad y de los derechos que queremos construir".

De nuevo, el pedagogo habla por boca de ganso del Estado, que se reserva el derecho a decidir qué valores y qué "identidades" son compatibles con el "Gran Proyecto" que se está programando cuidadosamente en la mente de los jóvenes.

¿El aborto? ¿La eutanasia? ¿El diálogo con terroristas? ¿La poligamia? ¿La familia abierta? ¿La libertad de consumir? ¿La propiedad privada? Todo encaja, o no, en el "Gran Proyecto" según lo que dictamine el Estado en cada momento.

El "Gran Proyecto" determina las necesidades del individuo y éste se pone al servicio del "Gran Proyecto", que no es otro que lo que indica el Estado.

3) El Estado como formador moral

Marina insiste en que el Estado, a través del currículo educativo, debe suplantar a las familias cuando éstas no transmiten de manera "eficaz" valores a los hijos.

"¿Tienen razón los padres que reclaman su derecho a educar moralmente a sus hijos? Sin duda. Y si todos los hicieran con una maravillosa eficacia, la escuela podría dedicarse a otra cosa", afirma Marina en la exposición de los principios que le han guiado en la escritura del manual de texto de SM.

El pedagogo asigna al Estado un papel típicamente despótico: decidir cuándo son, o no eficaces las familias al transmitir valores y sustituirlas para impartir su propia moral de Estado.

En segundo lugar, atribuye a la escuela un papel de formador moral de la juventud, una filosofía pedagógica que choca con la tradición liberal en la que la escuela instruye en conocimientos y respeta el libre albedrío de las familias para formar en valores a sus hijos.

Al respecto, escribe Jean-François Revel en La traición de los profes, uno de los capítulos de El conocimiento inútil:

"El profesor puede enseñar o adoctrinar. Cuando la enseñanza prima sobre el adoctrinamiento, la educación cumple su función principal, en el interés de los que la reciben y en el interés de la democracia bien entendida. En cambio, cuando es el adoctrinamiento el que se impone, se convierte en nefasta, abusa de la infancia y sustituye la cultura por impostura"

4) "Un test de inteligencia del consumidor"

Uno de los capítulos del libro de José Antonio Marina está dedicado a la idea de "consumo responsable". De nuevo, el pedagogo –al servicio del Estado– va más allá de la descripción de conceptos y entra en elección de valores: "Consumo responsable".

Al definirlo, Marina sostiene que "es posible hacer un test de inteligencia del consumidor. Es inteligente el que compra sólo lo que necesita y no algo innecesario porque está rebajado".

Este simple enunciado contiene todo un programa ideológico. En primer lugar, ¿quién dice cuándo un consumidor compra por necesidad y cuándo lo hace por "vicio" –siguiendo la lógica de esta pedagogía, en la que todo lo que no sea necesidad en las decisiones de la gente es una desviación inmoral–? Por otra parte, ¿quién decide lo que cada persona necesita y aquello de lo que puede prescindir?

De nuevo, EpC tiene una respuesta infalible como la de un catecismo: el Estado.

5) La globalización genera "profundas desigualdades"

¿Una asignatura neutral? El Gobierno insiste en que EpC se dedicará sólo a enseñar valores constitucionales y Derechos Humanos.

El presidente Rodríguez Zapatero, el pasado 3 de julio, durante el Debate sobre el estado de la Nación, dijo:

"No adoctrina, no obliga a asumir ningún criterio, no impone ninguna ortodoxia. Ya tuvimos bastantes décadas de ortodoxia".

Sin embargo, basta un vistazo superficial a algunos de los capítulos del libro de José Antonio Marina citado por Rodríguez Zapatero como ejemplo de asepsia pedagógica, para darse cuenta de que contienen ideología concentrada.

Al hablar de la Globalización, por ejemplo, el manual de Marina –como el resto de libros de texto: se trata de un enfoque claramente prescrito en el decreto de contenidos mínimos aprobado por el Ministerio– hace suyo el consenso progresista sobre la injusta distribución de la riqueza causada por la globalización, en contra de todas las evidencias que indican su impacto en una significativa reducción de la pobreza.

Así define Marina la integración del mundo en el capitalismo:

"Es el proceso, fundamentalmente económico, que consiste en la creciente integración de las economías nacionales en un mercado mundial. Genera riqueza, pero también da lugar a profundas desigualdades".

6) Una religión de Estado

"Sin duda alguna", apunta José Antonio Marina al exponer los principios de su manual, "las familias pueden educar a sus hijos en su religión y en su moral; pero el Estado debe encargarse de facilitar a todos nuestros jóvenes aquella educación que la sociedad considera necesaria para el desarrollo de los proyectos personales, la buena convivencia, la justa resolución de los problemas y el progreso económico".

De nuevo, el Estado como prescriptor coactivo de lo que necesitan las personas. Basta con que el Estado diga lo que está bien y lo que está mal, para que las familias depongan su resistencia moral. Se trata de una obsesión del autor a lo largo de toda su obra y la base filosófica de su enfoque de la asignatura, "modélico" para Rodríguez Zapatero.

7) El salario del alumno

Al definir el concepto de "escuela", Marina indica en su manual del buen ciudadano:

"Los adultos van a trabajar, y los niños y los jóvenes también. La escuela es el lugar de trabajo de la gente joven. Estos últimos podrían replicar que no se les paga un sueldo, pero esto no es verdad. Todos los ciudadanos se comprometen a pagar a cada estudiante de enseñanza secundaria 4.000 euros al año. Lo que ocurre es que no se lo pagan en dinero sino en clases, profesores, libros".

De nuevo, la idea de un Estado providencial capaz de dar "a cada uno su necesidad" y de esperar, a cambio, "de cada uno su capacidad".

En este ideal de la escuela va implícita la legitimación del adoctrinamiento, esfuerzo este –el de la justificación– al que Marina dedica su mayor energía a lo largo de las páginas que dedica a explicar su pedagogía de la asignatura a profesores y padres. Quien paga, manda. Si el Estado paga, el estado decide qué valores se enseñan.

Por lo demás, la descripción de Marina es sutilmente manipuladora, lo que lo desacredita como el pedagogo neutral que promete ser y al que elogia Zapatero:

"Todos los ciudadanos se comprometen a pagar a cada estudiante..." ¿Seguro? ¿Se trata de un compromiso, es decir, de un contrato voluntariamente contraído, o de una vulgar coacción del Estado para recaudar impuestos? ¿Se les ha preguntado a los padres si preferiría disponer de sus recursos para educar libremente a sus hijos, en el colegio que eligieran, en vez de ese compromiso forzoso por el que el Estado, además de recaudar, se otorga a sí mismo el derecho de adoctrinar en valores?

No hay una sola línea neutral en el proyecto educativo del Gobierno socialista y, en consecuencia, tampoco puede neutralidad en los manuales que resultan de sus decretos, como el de José Antonio Marina.

8) Un mundo feliz

Para que el individuo sea feliz, la sociedad debe serlo antes que él, dicta Marina.

Concretamente, dice el autor del manual de EpC para la editorial católica SM:

"Todo lo que hacemos, lo hacemos para ser felices. La felicidad personal es un estado de satisfacción personal y de plenitud en el que podemos desarrollar nuestro proyecto de vida".

"Para conseguirla" –continúa– "necesitamos vivir en un ambiente que no lo impida y, a ser posible, que la facilite. Necesitamos que la sociedad sea feliz".

La primacía de la sociedad sobre el individuo y del Estado sobre la familia es una constante a lo largo de toda la obra. El programa educativo socialista no concibe la plenitud de la persona sin la aquiescencia de la sociedad y sin el marco ético –ese "Gran Proyecto" del que habla Marina– impuesto por el Estado.

Siguiendo la lógica del pensamiento de Marina, ¿Cómo se mide el estado de felicidad de una sociedad? ¿Debe ser feliz, por ejemplo, un disidente viviendo en la feliz sociedad nacionalista vasca? ¿Puede aspirar a la felicidad un padre que no puede escolarizar a su hija en castellano en una pletórica sociedad catalanista?


9) El "buen ciudadano"

José Antonio Marina sostiene en su libro la idea de que "el buen ciudadano es el que piensa bien, tiene los sentimientos adecuados y obra rectamente".

Obsérvese la intromisión del pedagogo en la esfera del pensamiento. Al "buen ciudadano" no sólo hay que juzgarle por lo que haga –jurisdicción del Derecho y, por lo tanto, sobrante en un programa educativo–, sino por cómo piense y por lo que sienta –jurisdicción del Estado, para el pedagogo citado por Zapatero en el Congreso–.

10) ¿Alguna objeción?

"La Constitución española –que es una constitución laica–", indica Marina, "incluye un sistema de valores éticos fundamentales que son, fundamentalmente (sic), los derechos humanos. Y estos son el criterio básicos para determinar los contenidos de la EpC. ¿Hay algún padre que tenga inconveniente en que sus hijos reciban esta enseñanza?"

Un inconveniente no menor a lo que ofrece Marina puede ser la mentira.

Porque ni el decreto de contenidos de EpC ni el manual del pedagogo predilecto de Zapatero son lo que el autor de SM y el Gobierno dicen que son.

Ni la asignatura se limita a transmitir preceptos constitucionales, ni es un simple recitativo de la Declaración de los Derechos Humanos, tareas para las que no se necesitaría crear una asignatura específica.

Como se ha demostrado –recogiendo el guante del reto lanzado por Rodríguez Zapatero a Mariano Rajoy durante el reciente debate sobre el estado de la Nación–, EpC encierra un calculado proyecto para adoctrinar a toda una generación en la ideología socialista.

Se comprende que la ministra haya dado a la asignatura la misma importancia que a las Matemáticas o las Humanidades.

¿Alguna objeción?

Anónimo dijo...

Un libro titulado Educación para la Ciudadanía tacha a Losantos, Vidal y Albiac de "racistas militantes"
Lo contaba Martín Prieto este jueves en su columna de El Mundo. Un libro llamado Educación para la Ciudadanía, editado por Akal califica de "racistas militantes" a Federico Jiménez Losantos, César Vidal y Gabriel Albiac. Los autores no han descubierto su afiliación al Ku Klux Klan o al PNV, no. Son racistas por llamar "gorila" – policía o militar que actúa con violación de los derechos humanos, según el DRAE– a Chávez o "caracastaña" –equivalente en Surámerica del "carapán" español– a Morales.

Los filósofos Carlos y Pedro Fernández Liria y el investigador Luis Alegre Zahonero han elaborado un libro que la editorial Akal cataloga en la colección Biblioteca de Aula, clasificado como pedagogía, destinada a profesores, y que titulan Educación para la Ciudadanía. Desde luego como filósofos o investigadores no son muy conocidos, pero sí tienen una gran notoriedad como defensores de regímenes tan siniestros como el de Venezuela.

Aunque no se trata de un texto recomendado por el Gobierno, esta publicación da una idea del melón abierto con esta asignatura. Editado por una editorial técnica como Akal e ideado y estructurado como si de un manual se tratara, existe el riesgo de que este panfleto pueda llegar finalmente a más de un aula de los colegios españoles.

Basta con una ojeada al índice de contenidos para percibir el hedor antiliberal y totalitario que desprende. En el temario nos encontramos con epígrafes como Ciudadanía y proletarización, Incompatibilidad entre parlamentarismo y capitalismo, Las dos grandes mentiras de la sociedad capitalista, Lo que haría supuesto un "comunismo democrático" o Capitalismo y supervivencia.

En un total de cinco capítulos y 32 epígrafes no hay ni una sola mención a los Derechos Humanos o la Constitución española. Todo el libro está dedicado exclusivamente verter la más reaccionaria ideología anticapitalista y promocionar el totalitarismo comunista.

Pero el texto no se queda ahí. También se dedican los autores a descalificar a comunicadores e intelectuales alejados del pensamiento reaccionario que inunda toda la publicación. Federico Jiménez Losantos, César Vidal y Gabriel Albiac, son tachados de "racistas militantes" con una argumentación tan peregrina como la que sigue:

Desde que Oriana Fallaci, tras el 11-S, dio el pistoletazo de salida para dejar de morderse la lengua y ser racista sin remordimientos, la filosofía de los halcones del Pentágono ha ido siendo cada vez más aplaudida por personajes como –por citar casos españoles– César Vidal, Jiménez Losantos o Gabriel Albiac, quienes, por ejemplo, han "argumentado" contra el presidente venezolano Hugo Chávez llamándole "negro", "gorila" y "chimpancé", y contra el presidente boliviano Evo Morales llamándole "caracastaña". Pero estos racistas militantes no encontrarían tanto eco y audiencia, tantos medios públicos a su disposición, tanta tolerancia y tanta impunidad, si sus palabras no cayeran sobre una sociedad que ya está ideológicamente enferma y moralmente corrompida.

Es cierto que Chávez ha sido llamado en múltiples ocasiones "gorila rojo", pero es igual de cierto que este calificativo no tiene las más mínima connotación racista. Basta con ir a la RAE, los autores probablemente estaban muy ocupados leyendo Granma, para ver que la tercera acepción de Gorila es "policía o militar que actúa con violación de los derechos humanos" y la cuarta "individuo, casi siempre militar, que toma el poder por la fuerza". Y las dos acepciones son originarias de países como Cuba, Venezuela, Argentina o Guatemala. En cuanto a "caracastaña", utilizado para referirse a Evo Morales, es, como muy bien explica Martín Prieto en El Mundo, una versión de algunos países del sur de América del "carapán" español.

De Savater y Habermas se dice que colaboran "eficazmente para sentar los pilares filosóficos y morales del nuevo racismo contemporáneo". Entre elogios a la dictadura de Castro y al régimen de Venezuela, sostienen que "la libertad de expresión y la ausencia de censura son un mito". Y a la Iglesia la equiparan con los nazis por una supuesta persecución de los gays, que llegan a homologar con el Holocaustao. En todo caso, el hecho que no se trate de un manual oficial nos tranquiliza, ¿o no?

Anónimo dijo...

vomitivo todo, a seguir con las charadas