lunes, 23 de julio de 2007

El País es tan satírico como El Jueves

"DESPEDIDA A UN FÉRREO DEFENSOR DE LA LIBERTAD Y LA DEMOCRACIA"
(Un titular de El País acerca de Polanco)... ... ... ...


http://www.elpais.com/articulo/opinion/Despedida/ferreo/defensor/libertad/democracia/elpepuopi/20070723elpepiopi_15/Tes


Con perdón de El País, y sin ánimo de ofender a los muertos... ... ...

¡JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

"He venido a expresar mi solidaridad, mi afecto y amistad a la familia y a su Grupo, que estuvo con la libertad; y eso es algo que los españoles que luchamos contra la dictadura nunca podremos olvidar" (JOSÉ BONO).

Muerte de Franco: 1975
Fundación de EL PAIS: 1976
Fundación de SOGECABLE: 1989
Fundación del Grupo PRISA: Década de los 90.

..lo de Bono no tiene nombre....

Nadie dijo...

Sí que lo tiene:
La mentira patológica. Hay que ver la de gente que se hizo luchadora contra Franco a partir del día en qeu murió Franco. Verdaderamente llamativo.

Enrique Baltanás dijo...

En la cronología de mafd falta un pequeño dato: el de que la fortuna del finado comenzó a amasarse cuando dispuso de información privilegiada sobre libros de texto del nuevo plan de estudios filtrada por el ministro (de Franco) Lora Tamayo.
Con este nuevo dato, el titular del pais merece un aún más sonoro jajaja.

Anónimo dijo...

Cómo se puede ser tan... tan... tan... ¡No encuentro palabras! Lo de El País no tiene nombre. ¡Qué vergüenza! ¡Qué asco!

Y, sobre todo, cuánto indeseable junto en el entierro de un mafioso. ¡País!

Claudio dijo...

Os paso el artículo hoy de "El Mundo". Sin desperdicio:
De Polanco
FERRER MOLINA

Entre los géneros periodísticos es tal vez el de la necrológica el más complicado. Resulta muy fácil incurrir en el exceso y devenir en plañidera, pero también en el defecto, en cuyo lugar es el cinismo el que todo lo arruina. Además, cada vez que se cruza la raya se desfigura al personaje y se traiciona su memoria.

El obituario sólo permite una bala al periodista.

He leído con interés los artículos dedicados a Jesús de Polanco tras su muerte. Me ha llamado la atención el común denominador de muchos de los escritos en el que ha sido su diario. Las lógicas alabanzas al amigo desaparecido se alternan con durísimos reproches a quienes no juzgaron al empresario con el rasero de los autores. Cebrián habla de la «insidiosa inquina» que le prodigaron algunos; Javier Moreno arremete contra los «jueces prevaricadores, periodistas corruptos y políticos traidores»; Pradera denuncia «la injuria y la calumnia» de los que fue objeto el editor; Juan Cruz muestra su «rabia» frente a quienes «trataron de nublar, con tanta contumacia como injusticia» su «dignidad»; Manuel Vicent subraya que el finado se lleva la «gloria» de «haber sido perseguido y vituperado»; Iñaki Gabilondo añade que se ha ido «el hombre al que más se ha insultado gratis», víctima del «rancio españolismo»...

Son unas pinceladas nada más. El rencor rezuma en tantos párrafos que se hace imposible aquí su reproducción. Después de tales dedicatorias, cualquiera diría que Polanco fue una persona indefensa y no uno de los hombres más ricos del mundo -su fortuna estaba estimada en 2.200 millones de euros- y, por supuesto, de los más poderosos de España.

Sus panegiristas plantean una suerte de revancha en la despedida, sin caer en la cuenta de que las revanchas las exigen siempre los perdedores, y Polanco fue un triunfador.

Lamentar que alguien que durante tres décadas combatió en la primera línea, que lo hizo a gusto y con más munición que nadie -y por tanto, en situación de ventaja-, lamentar como hacen ahora sus legatarios, insisto, que haya regresado del frente con algún rasguño y no reparar siquiera en las muescas que adornan su fusil, es demasiado injusto. Y ridículo. Para que se hagan una idea, es como si Ecclestone, el magnate de la Fórmula 1, se querellase contra la asociación de amigos del Scalextric por competencia desleal.

No es desde luego mi propósito -queda además muy fuera de mi alcance- intentar emborronar los indiscutibles méritos del editor, pero en honor a la verdad habrá que consignar que nadie encarna valores absolutos, ni de bondad ni de vileza. Y que al menos merecen hoy una nota a pie de página, «contradicciones» en la vida de Polanco -por recurrir a su terminología- como Antonio Herrero, Gómez de Liaño o Tertsch.

Por cierto, Jaime Campmany fue el indiscutible maestro de la necrológica. A él, Ceberio lo despachó en su muerte con un suelto sin firma en El País.