sábado, 7 de julio de 2007

Milagros

MILAGROS
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Hoy mismo he llegado a la conclusión de que todos asistimos cada día a una media de cuatro o cinco milagros. Llevaba varios años barruntándolo, pero el “clic” que lo aclaró todo en mi cerebro fue la pirueta suicida y absurda que esta mañana hizo un taxista entre dos camiones de gran tonelaje; el milagro, su milagro, es que no pasó nada.
En nuestra estúpida “sociedad burbuja” damos por descontada la vida y el bienestar como si fueran derechos emanados de no se sabe bien qué poder absoluto, y por ello no entendemos que son pocas las cosas que pasan para las barbaridades y temeridades que cada día se cometen. Casi siempre achacamos las desgracias a la mala suerte y a hechos desafortunados, pero lo cierto es que la buena suerte y las felicísimas coincidencias que nos salvan a diario son nuestras compañeras habituales. Aunque no lo veamos, aunque no lo notemos, aunque no nos queramos dar cuenta, muy a menudo salvamos la vida propia y la de otros por pura chamba, y seguimos adelante como si tal cosa. Desde los resbalones en la ducha que casi nunca tienen consecuencias, hasta las sartenes llenas de aceite hirviendo que no arden por unos pocos segundos; desde la circulación alocada en cualquier rotonda de nuestra ciudad, a pesar de la cual solemos llegar al garaje sin un rasguño, hasta los niñatos motorizados haciendo carreras y caballitos sobre la acera, que no impiden que, de manera inexplicable, niños y ancianos lleguen casi siempre sanos y salvos a casa.
La realidad es que por cada desgracia que pasa, hay decenas de auténticos milagros nunca suficientemente agradecidos. Morir antes de tiempo es un castigo que casi todos tememos; sin embargo, llegar a ver el final de cada día es un premio que, tristemente, casi ninguno valoramos.
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La Voz, Jerez, 8 de julio de 2007. Como todos los días, seguimos vivos de milagro.

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